Por: Ada
Elena Lescay González.
Cuando
uno tiene veinte años la vulnerabilidad física no constituye una
preocupación. La muerte se nos muestra en un marco temporal tan
lejano que sólo es percibida desde el escarnio o la metáfora. De
modo que cuando llega la noticia de una despedida absoluta, aferrarse
a la vida y sobre todo a los hechos se torna inevitable.
La muerte
de Alfredo Guevara ha sido la confirmación de que el tiempo
biológico se nos va, pero ha sido también la aseveración de que se
puede ser militante mientras este pase. Él mismo decía en una
entrevista que el
curso de la vida es un despilfarro o un atesoramiento, nada
más atinado para nosotros los jóvenes.
La
mayor parte de su vida Alfredo Guevara emprendió los caminos de
pensamiento y acción asociados al logro de la autenticidad y
conservación del proyecto revolucionario cubano. Su labor como
intelectual lo llevó a la gestación, junto a otros artistas de
vanguardia, de una industria cinematográfica que respondiera a las
nuevas condiciones históricas en la que la libertad y la armonía
espiritual del individuo serían la meta. Es así como funda el
Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficas, que serviría
de motor impulsor para el posterior nacimiento del Festival de CineLatinoamericano, eslabón esencial en la alianza cultural de los
pueblos que van desde el Rio Bravo hasta la Patagonia.
Sus escritos
son el testimonio de un estudioso de las esencias humanas, de un
defensor del amor, el respeto y la autonomía; sólo habría que
recordar una frase de su libro Revolución es lucidez cuando dice:
´´Porque el hombre es un Dios que llega ciego. Ciego deja de ser
cuando la libertad descubre´´. Más adelante expone: ´´Es el
hombre real aquel que se respeta, aquel que su riqueza intrínseca
respeta, el que respeta al otro y lo ama porque sabe, que es el
depositario de igual imagen y de igual conciencia´´.
Nosotros,
los jóvenes de la Universidad de Oriente tuvimos la inefable
oportunidad de dialogar con él en el segundo Foro Social Universitario correspondiente al año 2011, encuentro en el que la
historia y la contemporaneidad asumieron una sincronía como la que
exigen los nuevos tiempos. En esa ocasión Alfredo decía que lo que
podía salvarnos era el amor hacia todo lo que decimos y hacemos, que
tiene que mucho ver con su criterio de militancia, asociado a la
pasión o la entrega en la defensa del pensamiento. Recuerdo que ese
día dijo, casi sentenciosamente: no
creo en la competencia, creo en la autenticidad. A
eso nos convoca nuestro contexto: a pensar y actuar desde nuestras
raíces.